EEUU ha dado un mandato. Ha elegido a Donald Trumpo como su representante. La sociedad de ese país se ha expresado libremente a través de las urnas. Cada uno de los votantes ha juzgado que Trump es quien más lo representa. Es su líder. Lo admira y por eso, lo confía con control del país.
Lo interesante del martes 8N es que la sociedad norteamericana se ha sacado el maquillaje y nos está mostrando el fondo de su modelo. A cara lavada. Sin fotoshop ni trucos. La realidad pura y dura. Sin adornos.
Esto es interesante para América Latina, especialmente para todos los que durante tantos años nos hemos acostumbrado a admirar el american way of life. sus valores y estilos de vida.
Esa admiración nos ha llevado a imitar sus formas de producir, comercializar y vivir. La cultura del mall y el fast food como parte de la vida cotidiana. La cultura del consumo de grandes autos como señal de prestigio. Los valores como “tanto vendes, tanto vales”, al decir de Aute.
Nos encanta usar Iphone; para vestirnos, seguimos la moda que dicta NYC; vamos (o soñamos) de vacaciones a Miami, San Francisco o NYC; el cine norteamericano copa el 95% de nuestras salas; hablamos de las series de Netflix, de las cuales somos fans; en la radio, siempre priorizamos músca en inglés.
La cultura y los productos norteamericanos están en el corazón de nuestra vida cotidiana, nuestros gustos, sueños y estilos de vida.
Les hemos dado ese poder. Nos convenció con su publicidad. Nos sedujo.
Pero resulta que ahora, ese país, tradicionalmente tan seductor, ahora nos muestra otro rostro, mucho más descarnado.
Muestra que su objetivo es hacerse más fuerte. y que los débiles del sur (mexicanos, sudacas) no le importamos. Nos desprecian. Somos poco menos que una lacra.
La estrategias de marketing eran meramente eso, campañas para instalar sus productos, vendérnoslos, y hacerse ellos más fuertes.
Antes le pensaban. Ahora lo dicen con claridad.
Frente a esta situación, la pregunta es: ¿Cómo seguimos? ¿Podemos continuar arrodillados ante la cultura latinoamericana? Ellos mismos nos están diciendo que nos desprecian; que nos quieren solo como clientes, para que les entreguemos nuestro dinero y nuestro esfuerzo; pero sólo para hacerse ellos más fuertes.
La catástrofe del 8N puede ser una gran oportunidad para repensar nuestra cultura y nuestro estilo de vida.
Tal vez, ha llegado el momento de mirar menos hacia arriba, y más hacia adentro.
¿Podemos pensar otra forma de vivir, fuera del modelo impuesto por EEUU?
¿Comprar menos en el Mall y más en el almacén de la esquina?
¿Menos vacaciones en EEUU y comenzar a descubrir el Valle Central, el valle de Elqui o los bosques del sur? ¿Y si vamos un fin de semana al borde costero, a conocer la boca del Rapel y compartir un asado de piure en Navidad?
¿Podemos poner de moda carteras de cuero con un detalle tejido con el estilo de las chamanteras de Doñihue? ¿Y si en vez de poner en casa muebles importados, nos atrevemos a incluir un objeto de fibras trenzadas de Chimbarongo? ¿Y si nos vamos al valle del Huasco, a ver un rodeo de burro, comer asado de burro y degustar un pajarete del desierto?
¿Sería pensable un fin de semana –en vez del tradicional mall- ir con la familia de excursión a Til Til a degustar aceitunas y queso de cabra artesanal?
¿Podemos comenzar a usar autos más pequeños, funcionales y baratos? Ello implicará menos dinero para gastar, menos necesidad de sobreendeudarse, más tiempo de calidad para compartir con familia y amigos. Un cambio de estilo de vida.
Tal vez, este 8N en el cual EEUU se muestra sin maquillaje, pueda servir para aflojar nuestros lazos de dependencia psicológica con los vecinos del norte, y nos abra las puertas para una vida más armónica, más integrada y más feliz.
Por: Pablo Lacoste, historiador argentino.