“Ya varias semanas antes, con mi esposa sabíamos que estaríamos en la oficina para el 2 de julio, día del eclipse solar. Por eso, se hacía difícil pensar en disfrutar del suceso, pero de ser posible decidimos que nuestro lugar de observación sería en uno de los miradores del Campus Andrés Bello de la Universidad de La Serena, lugar donde trabajamos. Todo iba viento en popa hasta que nos enteramos de que la ULS cerraría todos sus campus para ese día.
El día 2 de julio salimos a buscar un lugar de reemplazo, relativamente cerca de nuestra casa, y nos decidimos por una pequeña calle del sector de San Joaquín en La Serena, con poco tránsito y menos cables de electricidad y telecomunicaciones obstaculizando la visual del cielo hacia el mar, donde se produciría el evento natural. Para ser franco, no teníamos muchas expectativas de lo que pasaría.
A media mañana un colega nuestro se comunicó con nosotros para animarnos a que fuéramos a ver el eclipse al Cerro Grande. Sin pensarlo mucho cambiamos nuevamente de planes. Era un bonito día y una caminata al cerro se veía prometedora.
Al ir acercándonos al lugar nos percatamos de que mucha gente había tenido la misma idea. Fue aún más notorio cuando llegamos a la falda del cerro, donde había decenas de autos estacionados y un peregrinaje de gente caminando hacia la cima.
Ascendiendo nos encontramos con una diversidad de enorme de personas, desde muy jóvenes escuchando música para romper la monotonía de la subida hasta familias completas de distintos lugares de la ciudad, de la región y del país que le daban pelea a las cuestas, piedras y al calor.
Al llegar a la cumbre del Cerro, una hora y media antes de que la luna tapara al sol, nos encontramos con decenas de personas ya apostadas en distintos puntos, unos disfrutando un asado, algunos tocando música con guitarra y trombón incluido. La diversidad en el lugar era notoria y lo mejor es que todos compartimos el espacio sin problemas. Al pasar el tiempo los observadores se fueron convirtiendo en cientos, como si fuera una gradería de un estadio de fútbol, todos dispuestos a apoyar a su eclipse favorito. Nosotros nos instalamos con nuestro cocaví, teléfonos y cámaras para grabar en la esquina norte de la cima, lugar con mucho viento en ese momento, pero con una visual perfecta para lo que se avecinaba.
Cerca de las 15.20, cuando comenzó la primera fase del eclipse, todos en la cima del cerro estábamos expectantes, lo que se notaba en el murmullo generalizado y en los comentarios de los que estaban más cerca. Mi señora, el colega y yo comenzamos a grabar y tomar tímidamente algunas imágenes, actividad que poco a poco fue tomando más frecuencia hasta que se convirtió casi en un frenesí, no sólo por la sorpresa de los cambios de color que comenzaba a experimentar el cielo y todo lo que veíamos alrededor, también porque la falta de radiación que se iba haciendo más notoria, acompañada del viento en el cerro, obligaba a moverse para calentar el cuerpo de alguna forma. De un momento a otro notamos con se comenzó a formar un manto de neblina debajo de la línea del sol, lo que nos asustó un poco, pensando en que se tornaría más densa y taparía finalmente el momento esperado. Cerca de las 16.40 el color platino que se veía alrededor, dio paso a la totalidad y a la sorpresa máxima de todas las personas que estábamos en el lugar y que no podíamos creer lo que experimentábamos, la oscuridad natural del cielo en medio de lo que humanamente conocemos como día. Me atrevo a decir que todos los que asistíamos estábamos pensando muy similar porque casi todos gritábamos o expresábamos asombro por o que pasaba en el cielo. Algunos se abrazaban y besaban, yo intentaba dejar de tiritar para grabar algo con mi teléfono y vociferaba estupideces, incrédulo de lo que veía.
Durante dos minutos todos quedamos boquiabiertos disfrutando de la oscuridad, los colores, las sombras en el cielo, la corona en el sol, un sol que parecía se opacaba y reducía de tamaño producto de nuestro pequeño satélite natural, miles de veces más pequeño, un privilegio que sólo algunos de los habitantes de la Tierra tenemos, la mayoría una sola vez en nuestra corta vida.
Pasada la totalidad el interés se desvaneció inmediatamente. El cerro comenzó a cubrirse de la neblina que habíamos visualizado previamente, como cerrando el local del espectáculo. Nosotros empacamos todo, al igual que la mayoría en el cerro, y comenzamos el descenso como peregrinos del eclipse, en masa y contentos de habernos maravillado con un suceso que nos unió como comunidad, de una manera democrática, sin diferencias, con las mismas ansias y curiosidad de un niño o de un simple humano“, por Patricio Jofré, periodista.