En el segundo año de la pandemia y ad-portas de las celebraciones de fin de año, nos encontramos frente a un escenario un poco más auspicioso, con disminución en las cifras de los contagios por Covid-19, una merma en el agravamiento de la enfermedad, menos casos de fallecimientos y la lamentable llegada de la nueva variante Omicrón. También nos acompañan escenarios sociopolíticos de alta contingencia, como el trabajo de la Asamblea Constituyente, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y noticias en torno al cambio climático.
Sin duda, todas estas aristas forman parte del contexto global que han acompañado el cotidiano de cada uno y que pueden sumarse a diversos acontecimientos y estresores previos, impactando en nuestras emociones.
Al acercarnos a la finalización de 2021 nos encontramos con los ritos más anclados en nuestra cultura, como Navidad y Año Nuevo, que pueden eventualmente vivirse como un marcador temporal que ayude a construir sensación de avance hacia un nuevo momento.
Más allá de que estas fiestas suelen estar colonizadas por el despliegue de árboles navideños, compras y gastos, este tiempo puede ser de tregua en la salud metal de las personas, una oportunidad para cuidar los lazos familiares, reinventar nuestro significado de estas fechas considerando que los niños espejan nuestro modo de vivir la vida, ayudar a alguien que lo necesite, agradecer lo que se ha logrado por pequeño que sea, valorar la vida, entre otros.
Estas fechas nos invitan a la revisión y tal vez a la evaluación de los procesos humanos más íntimos y profundos que podemos haber vivido o estar viviendo, hacer un cierre con esperanza de un nuevo año más amable y conectado.
Por: Cecilia Vidal – Académica de la Carrera de Psicología – UDLA Sede Viña del Mar