Para la derecha, Castro representa el abuso de poder, la confiscación de bienes de grandes empresas, la persecución de adversarios políticos, la apología de la violencia como arma de lucha política y la violación de derechos humanos.
Para la izquierda, Fidel es la inspiración de la dignidad latinoamericana y popular, por oponerse a un dictador despótico como Batista y al imperialismo de EEUU. Además, es inspirador de la utopía de un mundo donde la salud y la educación sean derechos sociales para todos.
Ambas lecturas son caricaturas. Intentemos una visión más critica
1-El proyecto inicial de Fidel Castro no era imponer una dictadura pro soviética en Cuba, sino promover la democracia liberal.
Al iniciar la campaña en la Sierra Maestra, su propuesta pasaba por reivindicar la plena vigencia de la Constitución de 1940, para llamar a elecciones libres. Para ello había que derrocar al dictador Batista, formar un gobierno de transición que organizara el proceso electoral limpio, y permitir al pueblo cubano expresarse democráticamente a través de las urnas.
2-El proyecto inicial de Fidel no era con el PC. Al contrario, el PC fue su enemigo durante muchos años. A veces, incluso, el PC apoyó a Batista. Recién al final de la campaña de la Sierra Maestra, el PC depuso su actitud y comenzó a apoyar a Castro.
3-La torpe acción de EEUU condicionó y legitimó la naturaleza del gobierno autoritario de Castro. Es fácil criticar hoy las falencias del régimen castrista. Sin duda, hubo responsabilidad en Fidel Castro, al modelar un sistema autoritario en Cuba. Pero es importante refrescar el papel decisivo que cupo al gobierno de EEUU en esa reacción cubana. EEUU tiene que hacerse cargo de dos hechos lamentables: el apoyo que brindó al dictador Batista, y las reiteradas agresiones contra el gobierno de Castro. El respaldo norteamericano a Batista fue una muestra de cinismo. En los círculos de poder de EEUU, se admitía que Batista era un corrupto “hijo de puta”. Pero lo apoyaban porque era “nuestro hijo de puta”. Batista facilitaba todos los negocios de los norteamericanos en la isla. Deshacía instituciones, promovía la corrupción y el abuso de poder; degeneró la vida política cubana en una farsa indigna.
Después de la revolución, la diplomacia de EEUU adoptó una posición dura frente al nuevo gobierno cubano. Lo presionó con sus recursos políticos, económicos, diplomáticos y militares. Se negó a reconocer sus propios errores, al haber debilitado in extremis la vida cubana con el apoyo a Batista. Y cambió la actitud cómplice con Batista, por una severa posición crítica y censora de Fidel.
En su primera etapa de gobierno, Fidel Castro intentó un acercamiento con EEUU. Solicitó un plan Marshall latinoamericano de 30 mil millones de dólares, de modo tal que América Latina pudiera desarrollarse, tal como lo hizo Europa después de la II Guerra Mundial. Esta propuesta hubiera cambiado el curso de la historia de América Latina, con el fortalecimiento de la democracia y los derechos humanos.
Pero EEUU eligió rechazar el plan y optó por combatir y extirpar a Castro del gobierno de Cuba incluyendo atentados contra su vida e invasiones militares (Bahía de Cochinos).
Acorralado, despreciado y agredido, Fidel Castro no tuvo más remedio que buscar una alianza externa para poder sobrevivir a tamaño enemigo. Su entendimiento con la URSS fue resultado necesario e inevitable de la agresión norteamericana.
Se fortaleció así la historia colonial de Cuba. Esta isla fue sucesivamente colonia de España (1492-1898), EEUU (1898-1959) y de la URSS (1960-1990).
Más allá del lamentable papel que cupo a EEUU en esta tragedia, el proyecto de Castro también tuvo sus debilidades. Una vez tomado el poder y confiscadas las empresas, no supo qué hacer para desarrollar la economía de Cuba. ¿Cómo generar riqueza para darle la posibilidad a los cubanos de vivir dignamente?
Allí estuvo el punto débil del régimen. Muy eficiente en el discurso y en la construcción de expectativas. Muy pobre en realizaciones económicas. Nunca apareció el plan de desarrollo nuevo. Cuba se mantuvo con la producción de las mismas materias primas de escaso valor añadido. Su economía casi no ha cambiado en 57 años. Como paliativo se puede mencionar el efecto del bloqueo económico impuesto por EEUU. Pero eso no alcanza para explicar el atraso económico porque la alianza con la URSS brindó a Castro la posibilidad de acceder a un enorme mercado durante un tercio de siglo, y ello no varió la matriz productiva de la isla.
La proyección latinoamericana de la revolución cubana es otro tema controvertido. La derecha enfatiza la proliferación de movimientos guerrilleros y terroristas que surgieron en buena parte del continente después del éxito castrista. Las FARC en Colombia, los tupamaros en Uruguay, montoneros, FAR, FAP y ERP en Argentina, el FPMR en Chile, serían buenos ejemplos. La izquierda latinoamericana abandonó la lucha democrática y se lanzó a organizar grupos guerrilleros para alcanzar el poder mediante el uso de la fuerza. Y esto terminó en experiencias cruentas y dolorosas.
EEUU fue complice de la degradación de la democracia. Porque demostró que para ese país, la democracia vale dentro de casa; pero en el extranjero, se puede actuar con criterios fascistoides, como lo hizo en Cuba y otros países latinoamericanos.
Por lo tanto, la exportación de violencia hacia América Latina, en sustitución de la democracia, fue una acción conjunta de EEUU y de Cuba. Ambos contribuyeron a deslegitimar la democracia como mecanismo pacífico de solución de conflictos, y facilitaron las condiciones para los partidarios de la violencia. Pronto, los ideólogos comenzaron a hablar de “democracia burguesa” y otros adjetivos para descalificar el sistema político democrático.
En la proyección latinoamericana de la experiencia de Fidel Castro, hay que considerar también el impacto cultural, incluyendo la música, las artes e incluso, la vitivinicultura.
El éxito de la revolución cubana en 1959 significó un importante impulso al autoestima de América Latina. Nos sacó de encima un complejo de inferioridad, que nos había hecho ir detrás de las modas que marcaban tendencia desde Francia, Inglaterra o EEUU.
La victoriosa revolución cubana nos hizo confiar más en nuestras propias fuerzas y capacidades creativas
Esto lo vimos en distintos ámbitos de la vida, comenzando con el arte.
En la década de 1960 se produjo un renacimiento cultural en toda América Latina en general y Chile en particular. Surgieron movimientos musicales y de artistas plásticos dispuestos a proclamar con orgullo, nuestras propias expresiones culturales. Fueron los tiempos de Mercedes Sosa y Violeta Parra; de Víctor Jara y Armando Tejada Gómez; de Markama, Inti Illimani y Quilapallún. Esta corriente llegó también al mundo urbano y sus bandas de rock, que dejaron de cantar en inglés y comenzaron a hacerlo en español. El auge mundial del rock nacional de los años 80 y 90 no hubiera existido sin ese cambio de energía que nos permitió revalorizar nuestra lengua. Antes de Fidel, esa energía no existía.
Esta situación se vio también en el mundo del vino. Hasta la década de 1950, la industria vitivinícola de Chile y Argentina renegaba de su identidad, y disfrazaba sus vinos con nombres copiados de los vinos famosos de Europa: borgoña, champagne, oporto, jerez, marsala, sauternes y tantos engaños más. Lo mismo pasaba en el mundo del aguardiente, con el coñac, hecho en Santiago, Rancagua o La Serena Durante un siglo, este servilismo indigno se mantuvo profundamente arraigado en las viticulturas latinoamericanas, y consagrado por las leyes, que legalizaban esas falsificaciones de nombres.
La revolución cubana fue un rayo de energía que nos permitió reaccionar frente a ello. En 1964 el padre Francisco Oreglia, fundador de la Facultad de Enología de Don Bosco, fue el primero en levantar la voz para cuestionar la costumbre de disfrazar nuestros vinos con nombres de lugares europeos como borgoña y champagne. Al año siguiente, estas ideas fueron profundizadas por Benito Marianetti, el gran líder socialista de Mendoza. Luego siguieron los artistas encargados de la Fiesta Nacional de la Vendimia, que incorporaron en sus guiones literarios, selecciones musicales, diseños escenográficos y coreografías, una estética identitaria latinoamericana. Más tarde, los empresarios se sumaron también a esta tendencia, y comenzaron a sacarse de encima los nombres copiados a Europa, para valorizar nuestros propios terruños, con los productos identitarios.
En la década de 1960 comenzó a fortalecerse el pisco chileno; más tarde siguieron este camino otros productos identitarios, como el pajarete, los chamantos de Doñihue, la sal de Cahuil, los mimbres de Chimbarongo, la piedra labrada de Pelequén, la cerámica de Pañul y las gredas de Pomaire. A ello hay que sumar la revaloración de las cepas históricas y criollas como la Uva País y la Moscatel de Alejandría, la Pedro Gimenez, Moscatel de Austria y Torontel, con las cuales se elaboran vinos como el Pipeño, el Chacolí, la Chicha y el Asoleado. El actual reencuentro con la viticultura chilena profunda, representado por la moda del Terremoto (coctel con Pipeño, helado de piña y granadina), son reflejo de este movimiento identitario latinoamericano iniciado hace 50 años.
En resumidas cuentas, la figura de Fidel Castro merece una visión crítica, más allá de las ideologías. Tuvo limitaciones, al no encontrar nunca un plan de desarrollo económico sustentable para su isla, y al temerle a la libertad de prensa, la división de poderes y la periodicidad de los cargos de gobierno. Es importante que la izquierda reflexione y realice una autocrítica por imitar estas prácticas castristras. A su vez, hay que reconocer también las tendencias al abuso de poder por parte de EEUU; exigirle que haga de una vez la autocrítica por sus reiteradas agresiones a Castro, como camino para avanzar hacia la reconciliación con América Latina.
Por último, hay que valorar el aporte de Castro a la autoestima latinoamericana, a la energía que nos transmitió, y nos hizo capaces de creer más en nuestras capacidades, en nuestras tierras, en nuestros recursos y en nuestra cultura.
Por: Pablo Lacoste, Profesor de la Universidad de Santiago