Eran las 03.40 de la madrugada del lunes 25 de abril de 1977 y pese a la impenetrable oscuridad del desierto, los jóvenes conscriptos Pedro Rosales y Juan Reyes corrían hasta donde se encontraban sus compañeros de patrulla:
“¡Dios mío, qué es eso! ¡Miren la luz brillante que hay en el cerro!”
Alertados por los gritos de Rosales, los soldados reunidos en torno a una fogata, lo miraron sorprendidos, y de seguro deben haber pensado que bromeaba. Pero la cara de espanto que tenían los agitados conscriptos, no dejó lugar a dudas que “algo” estaba ocurriendo…
Con esas palabras, el joven soldado daba comienzo a uno de los casos más discutidos a nivel mundial. Poco después el cabo segundo de Ejército, Armando Valdés Garrido, desaparecía por 15 minutos luego de acercarse a un gigantesco OVNI. Su testimonio fue ratificado por los siete miembros de la patrulla que lo acompañaban aquella noche.
La noche en Putre, un pueblo ubicado en la pre cordillera desértica de la Primera Región, a unos 150 kilómetros de Arica, se vio interrumpida por las palabras del agitado conscripto Pedro Rosales. Su superior lo conminó a explicarse y atropelladamente el joven soldado le dijo que dos extrañas luces se aproximaban a lo lejos, sobrevolando los cerros. Valdés, no tardaría en comprobarlo por sí mismo.
Pedro Rosales se encontraba junto a Juan Reyes montando guardia en una pequeña pendiente cercana, cuando algo extraño llamó su atención: “¡Miren esas dos luces, una esta bajando y la otra se quedó en el cerro!” De inmediato, el resto del grupo se dirigió hacia donde indicaba el conscripto, y tras un breve recorrido, se encontraron con lo inexplicable… una inesperada visita aguardaba por ellos; la patrulla quedó paralizada por el terror.
En esos momentos, una de las luces avanzó directamente hacia ellos, mientras el otro objeto se mantuvo a distancia. Ambos ovnis irradiaban una potente luz color violeta. El que se aproximó a la patrulla tenía un cuerpo ovalado y en los extremos dos puntos de un rojo intenso, que a medida que se acercaba, aumentaba su tamaño.
El cabo Valdés miró su reloj, eran las 3.45.
Mudos testigos del hecho fueron los siete conscriptos de la patrulla que Valdés tenía a su cargo, la que estaba compuesta por Humberto Rojas, Germán Riquelme, Iván Robles, Pedro Rosales, Raúl Salinas, Juan Reyes y Julio Rojas.
Valdés juntó a sus hombres, y se colocaron en posición de combate.
“¡Si algo pasa que nos pase a todos juntos!”, dijo el cabo.
Todos asintieron, víctimas de un pánico indescriptible. Agazapados, le sacaron el seguro a sus armas y Valdés decidió avanzar hacia la luz, que se encontraba a unos 500 metros de distancia. Caminó hacia el OVNI y atemorizado exclamó:
¡Alto ahí, identifíquense!
Sorpresivamente, Valdés desapareció de la vista de la patrulla. El reloj marcaba las 04.15 de la madrugada.
Luego de 15 desesperantes minutos, que se hicieron eternos para los asustados soldados, el cabo Valdés reapareció ante la incredulidad de sus compañeros: Lo levantaron, y lo llevaron a la fogata. Estaba como en trance, empezó a reírse y tenía la voz cambiada. Fue en esos momentos cuando exclamó la célebre frase, que más tarde daría vueltas al mundo: “¡Ustedes nunca sabrán quienes somos ni de donde venimos, pero volveremos!”.
Después de estas enigmáticas palabras, Valdés volvió en sí, y sólo repetía una y otra vez: La luz… la luz… la luz… la luz. Finalmente se tranquilizó entregándose al sueño.
Su reloj se había detenido a las 4.30 de la madrugada, hora en que reapareció, pero el calendario indicaba el 30 de abril, fecha posterior en 5 días. Su barba era también de 5 días, aunque se había afeitado esa misma noche, antes de comenzar su guardia. Sus subordinados no podían dar crédito a lo que veían, pero estaban seguros de que habían sido protagonistas de un hecho único, que les cambiaría la vida para siempre.